jueves, 19 de mayo de 2011


ORIGENES 

A comienzos del siglo XX la celebración de Batallas de Flores se había popularizado en Europa, especialmente en los países mediterráneos. En España fueron habituales en el Levante (Murcia), pero también en el Cantábrico (Santander, Bilbao). Sin embargo dos factores vinieron a singularizar la Batalla de Laredo: su origen marítimo y u longevidad. En efecto, fue en el entonces pequeño puerto pesquero donde arraigaría con más fuerza la fiesta, siendo la única con vida continuada desde sus comienzos, en 1908, hasta la actualidad, hecho significativo por no ser una región climatológicamente favorable para el cultivo de flores ornamentales.
Aquella primera edición, además, se celebró en la bahía, y no en tierra, integrando el desfile las engalanadas traineras de la Cofradía de Pescadores, antecedente de las futuras carrozas. La razón de tal originalidad: que la manifestación se organizó con motivo de una visita del rey Alfonso XIII al vecino pueblo de Santoña, donde los representantes de los Cabildos de los puertos de la bahía (Laredo, Colindres y Santoña) fueron recibidos por el monarca, para que expusieran sus quejas por los perjuicios que la pesca de arrastre efectuada por los grandes buques acarreaba a los pequeños pescadores. Exhibición festiva al tiempo que reivindicativa, fue, por tanto, aquella primera edición de una fiesta destinada a perdurar.

                                   

LOS AÑOS DORADOS 
Es en estas primeras décadas, hasta el drama de la contienda civil, cuando la Batalla de Flores cristaliza sus rasgos distintivos, deviniendo en un evento laico, lúdico y de connotaciones carnavalescas, incluida cierta insinuación erótica (concretada en los hombres y mujeres que desfilaban sobre las carrozas ataviados con vistosas vestimentas a juego con las alegorías), pero con un trascendental factor artístico que la distinguirá, desde siempre, de otros eventos festivos. Secularización y liberalismo introducidos, sin duda, por las familias burguesas atraídas por las bondades del veraneo, pero también por la pujante clase obreraindustria conservera laredana. De hecho, la Batalla nació desligada de cualquier motivo religioso, fenómeno poco habitual en la Cantabria de aquella época, con fuerte arraigo del catolicismo y, por lo tanto, evidentes connotaciones religiosas en todas sus festividades. Resulta significativo, en ese aspecto, que el palco de la Batalla de Flores no contara con presencia oficial de la Iglesia hasta 1953, cuando por primera vez asistió al desfile el párroco de Laredo (Rafael Pico); pero, así mismo, que tampoco acudiera nunca la familia real -presente todos los veranos en la provincia, pues el Palacio de la Magdalena, en Santander, era la residencia de verano preferente de Alfonso XIII-, sin duda por la "dudosa" naturaleza moral de una fiesta de cuyo origen fue involuntario detonante el propio monarca. que se conformó alrededor de la
El éxito de la Batalla impulsa, por su parte, una rápida evolución, perceptible en la transformación que experimentan las carrozas. Las sencillos carros parcialmente decorados con flores y hojas dejan paso a complejas y artísticas alegorías engalanadas, sustituyendo los sacos o arpilleras que cubrían las plataformas –adornados con flores y hojas- por "cartolas" (bases de las carrozas ornadas con dibujos, formando así un todo integrado con las figuras cubiertas de flores de colores).
Esa línea se verá truncada por el estallido de la Guerra Civil, interrumpiéndose la celebración de la fiesta durante cuatro ediciones, de 1936 a 1939, en lo que constituye el único apagón sufrido por la Batalla de Flores a lo largo de su historia.

                                      

UNA FIESTA CENTENARIA 
Localidad costera y turística que antaño fue importante puerto pesquero del Cantábrico, dotada de una extensa playa de arena y situada en la Bahía de Santoña, junto a la desembocadura del río Asón, la imagen de Laredo se halla indefectiblemente unida a la Batalla de Flores. Fechada a finales de agosto, su celebración marca simbólicamente el fin de la temporada turística septiembre-, constituyendo así mismo el colofón del período estival al alcanzar su clímax la ingente presencia de turistas, que llegan a multiplicar por diez la población del municipio (unos 13.000 habitantes censados). –aunque en menor medida pueda prolongarse durante el mes de
Pese a que el evento se condensa en un solo día, el de la celebración del desfile, la preparación de la Batalla de Flores se prolonga durante meses. Si el acondicionamiento de los campos para las flores –cultivadas en su mayor parte por los propios carrocistas en prados próximos al núcleo de Laredo-, la plantación de éstas, su cuidado y recogida se inicia a comienzos del invierno y se extiende a lo largo de la primavera hasta la víspera de la fiesta, el proceso de diseño, concepción, elaboración y rematado de las carrozas se desarrolla durante todo el verano, hasta el mismo momento del inicio del desfile.
Proceso que alcanza su culminación durante la noche mágica, expresión con que se conoce la víspera de la fiesta. Durante ese día y a lo largo de toda la noche, hasta el mismo momento de entrar en el circuito, las cuadrillas de carrocistas –decenas de personas por cada grupo, implicando directa o indirectamente a la mayor parte de los vecinos de Laredo en la Batalla, desde hace generaciones- se afanan por culminar sus alegorías, ensamblando las figuras y cubriendo todo el conjunto con miles de flores y pétalos, en una auténtica carrera contra el reloj.
Así, el viernes, cada año, el milagro se repite, y a la llamada de los cohetes entre una y dos docenas de coloristas carrozas completamente cubiertas de flores naturales entran en un circuito rodeado por una masa de espectadores que, literalmente, ocupan el pueblo. Visitantes que acuden desde localidades de toda la región y desde provincias de toda la geografía nacional para disfrutar de un evento eminentemente artístico.

                        

LAS CARROZAS 
Corazón y razón de ser de la Batalla, las carrozas, aunque conservando su concepto original, han experimentado una evidente evolución desde los comienzos de la fiesta: estilística, volumétrica, técnica, material… Los simples objetos decorados sobre pequeñas plataformas móviles arrastradas por animales de las primeras ediciones dieron paso, en los años anteriores a la Guerra Civil, a composiciones alegóricas de mayor volumen, complejidad y ornamentación floral.
Tras la contienda, y en el opresivo ambiente moral y cultural de posguerra, la Batalla perdió parte de su carácter festivo, laico y carnavalesco, compensado por un mayor esfuerzo artístico a la hora de diseñar, confeccionar y rematar las carrozas. El incremento en el tamaño y la complejidad de las creaciones redundará en un descenso en el número de alegorías presentes en el desfile (de las cuarenta o más que participaban en el período de entreguerras, se pasa, a partir de los años 50, a unas quince carrozas como media), ganando éstas en grandeza y majestuosidad.
Evolución que se verá potenciada por el progreso experimentado en herramientas y materiales constructivos. La introducción, en los años 70, del corcho sintético en sustitución de madera y escayola, posibilitará la confección de figuras mucho más grandes y complejas, constituyendo auténticas esculturas cubiertas de flores.
Como culminación de ese proceso evolutivo, las décadas finales del siglo XX fueron testigo de las más grandiosas, innovadoras y a la vez delicadas creaciones de la Batalla, derivando en duras pugnas por el podio, difícil y polémicamente resueltas por los jurados.
Los comienzos del presente siglo, en los que a la actividad de los carrocistas veteranos ha venido a sumarse savia nueva, constituyen una fase de transición en la que se están planteando los caminos por los que habrá de transitar una fiesta siempre en evolución pero siempre fiel a sí misma.
Según el actual reglamento las medidas de las carrozas deben ser las siguientes: entre 6 y 8,50 metros de largo, entre 3,50 y 5 metros de ancho y entre 5 y 7 metros de largo                                         
                            

LAS FLORES  
Factor fundamental y elemento distintivo de la Batalla, las flores deben cubrir la mayor parte de la superficie de las carrozas, siendo la técnica de "clavado" y la armonía en la disposición de los colores elementos importantes en la valoración final de las alegorías. Originalmente usadas margaritas y crisantemos, se utilizan en la actualidad dalias, claveles y clavelones chinos, a los que recientemente se ha añadido la margarita teñida.
La ardua preparación de las flores comienza en los meses de noviembre y diciembre, cuando se extraen los bulbos de la dalia y se clasifican. Después, en marzo y abril, se preparan los ramilleros del clavelón para transplantarlos en junio, mientras que en mayo se plantan los bulbos de las dalias. A continuación, y a lo largo de todo el verano, se efectúan el “sayo” y el “resayo” de las flores y su constante regado, hasta su recolección en la semana de celebración de la Batalla.
En primer lugar se recoge la hoja del magnolio (antiguamente se utilizaba la de la hiedra), unos días antes de la fiesta; a continuación la flor del magnolio (el miércoles), finalizando con la dalia (la víspera).
Una vez recogidas y clasificadas por colores, y a lo largo de toda la noche del jueves, docenas de personas se encargan, en cada carroza, de fijarlas a las figuras. Originalmente pegadas con pez, ahora se sujetan con clavos y palillos de madera. Los pétalos, reservados para elementos delicados (rostros, por ejemplo), se pegan con una cola expresamente fabricada a base de harina y agua (la técnica se denomina empetalar”.


LAREDO, LA RIA DE ASON Y LA BAHIA 

 LOS CARROCISTAS 
La Batalla de Flores es una fiesta popular y colectiva. Durante generaciones cientos, incluso miles, habrán sido las personas implicadas en su elaboración. Cada carroza presentada en el desfile ha contado con el esfuerzo de grupos de decenas de colaboradores. Habitualmente esas cuadrillas se articulan alrededor de un núcleo principal, el cual mantiene viva la labor de un año para otro. Este círculo íntimo es, estrictamente hablando, el de los carrocistas. Son los que conciben, diseñan y dirigen la ejecución de las carrozas –labor que les absorbe durante todo el verano-, cuidando de que la flor esté preparada para el día grande, convirtiéndose en el alma de cada grupo y en el motor vivo de la Batalla. Simples artesanos erigidos en auténticos artistas.
Establecer una clasificación de carrocistas basándonos exclusivamente en las victoriaspodio de un más de un siglo de Batalla de Flores: obtenidas no deja de resultar injusto, pues dejaremos sin nombrar una infinidad de artistas sin cuya labor la fiesta no sería lo que es. No obstante éste es el
  • Ocupando con justicia el primer puesto se halla José Antonio “Toñi” Quintana, el carrocista más laureado de la Batalla en toda su historia. 18 son las victorias conseguidas por él a lo largo de una extensa y prolífica carrera (iniciada a finales de los años 50 de la mano de su padre), tanto en solitario como en colaboración con su hermano Manuel, con su rival y amigo Ángel Sainz o, actualmente, con el grupo Transportes Maritina de los hermanos Cagigas.
  • Por detrás suyo, en posición de plata, destaca un carrocista más joven pero de notable bagaje, Ángel Expósito, que prolonga su brillante e innovadora carrera desde los años 80, acumulando ya 10 primeros puestos. Comenzada su andadura junto a Miguel Sol, en la actualidad colabora con sus hijos –y prometedores carrocistas- Edgar y Alan.
  • El tercer puesto lo ocupa el también veterano Ángel Sainz, quien logró 7 victorias (más tres premios de honor) en el cordial duelo entanblado con su amigo “Toñi” Quintana. Iniciados juntos en la infancia, regresaron también juntos y con éxito en 1996 tras el período de retiro que siguió a su gloriosa época durante los años 60 y 70, demostrando que rivalidad y amistad no tienen porque ser incompatibles. A partir de mediados de los 90 Ángel continuó su carrera ya sin interrupciones hasta su lamentable fallecimiento en 2002.
  • Con 6 victorias destaca un apretado grupo integrado por Manuel Piedra, un clásico que reinó durante las primeras décadas de la Batalla, Víctor Ortiz y Manuel Quintana (padre de “Toñi”), quienes desplegaron una brillante carrera en equipo durante los años centrales del siglo (incluidos 2 premios de honor), Felipe Revuelta, incombustible carrocista en activo desde los años 50 hasta los 80, y Miguel Sol, socio de Ángel Expósito en sus primeros éxitos.
  • Con 5 victorias tenemos a Marcelino Rodríguez, destacado en los años inaugurales de la fiesta y al Grupo Amigos, el cual, encabezado por el iconoclasta Ángel Llanderal, fue uno de los renovadores de la Batalla durante los años 80 y 90.
  • 4 victorias coronan las carreras de Santiago Corro (quien suma además 2 premios de honor) y Transportes Maritina de los hermanos Cagigas, 3 las de Fructuoso Gutiérrez, Manuel Ansola, los hijos de Víctor Ortiz y los hermanos Oruña y 2 las de Gregorio Mazarrasa, Baldomero Cosío, Federico Salviejo, Ildefonso Martínez, Gerardo Castillo, hijos de Revuelta y Come Golayu que lo ha Puestu Güela.
  • También alcanzaron la victoria en la Batalla Nicolás Gereda y César Alba, Zarauz, Montes, Ron, Gutiérrez y González, Valentín Bustillo, Santiago Alba, Juanito Oceja, Tejada e Ildefonso Vallejo, Velasco, Martínez y Cañarte, Narciso Fernández, Ángel Leonardo, Zubillaga, Celedonio Gómez y Pérez, Ruiz, López y Arrebola, Peña Los Veteranos, y Sevi, Campo, Rivero y Vivanco.


 









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